Crianza y psicomotricidad
En nuestro día a día con los niños, muchas veces interpretamos su comportamiento desde la mirada adulta, olvidando que detrás de cada gesto, palabra o reacción hay una emoción que busca ser comprendida.
Desde la psicomotricidad terapéutica, sabemos que el cuerpo del niño es su primer lenguaje, y que lo que expresa a través del movimiento o la conducta tiene un sentido emocional profundo.
Nombrar lo que sienten los niños no es solo poner palabras: es mirar, validar y acompañar su vivencia interna para que puedan crecer seguros y conectados con ellos mismos.
Comprender antes que corregir
A menudo, cuando un niño “se porta mal”, lo que está haciendo es manifestar un malestar que no puede expresar de otro modo. Quizás tiene hambre, sueño, aburrimiento o se siente solo. Pero el adulto, desde su propio cansancio o estrés, reacciona corrigiendo la conducta sin atender al mensaje que la origina.
Frases como “ya estás otra vez igual”, “no molestes a tus hermanas” o “vete a tu habitación” desconectan al niño de su vivencia emocional. Aprende que su forma de sentirse no es aceptada, y que el amor o la presencia del adulto dependen de su comportamiento.
Desde la psicomotricidad infantil, observamos que los niños necesitan que los adultos traduzcan su lenguaje corporal y emocional. No basta con poner límites; hay que nombrar lo que realmente les pasa:
“Veo que estás enfadado porque querías jugar.”
“Parece que te has sentido solo.”
“Entiendo que te cuesta esperar.”
Nombrar es reconocer que detrás de cada acto hay una emoción legítima.
La importancia de nombrar en el desarrollo infantil
Nombrar lo que un niño siente tiene un impacto profundo en su desarrollo emocional.
Cuando el adulto valida la emoción —en lugar de juzgarla—, el niño aprende que lo que le ocurre tiene sentido y puede compartirse sin miedo.
Esto fortalece su autoestima y su capacidad de autorregulación. Saber poner nombre a las emociones es el primer paso para poder gestionarlas.
Por el contrario, cuando las emociones no se nombran, se reprimen. Y lo reprimido se convierte en tensión corporal, impulsividad o desconexión emocional.
En la práctica psicomotriz, el cuerpo habla lo que la palabra aún no sabe decir. Por eso, la psicomotricidad es una herramienta tan valiosa: permite leer el mensaje que hay detrás del movimiento.
El cuerpo como primer lenguaje
Antes de aprender a hablar, el niño comunica con su cuerpo. Cada gesto, cada postura, cada mirada, es una forma de expresión.
El psicomotricista acompaña desde la observación y la empatía, interpretando lo que el cuerpo dice:
- Un niño que corre sin parar, quizás necesita descargar tensión.
- Un niño que empuja, puede estar pidiendo un límite o contacto.
- Un niño que se esconde, tal vez necesita protección o descanso.
Nombrar lo que el cuerpo expresa es dar coherencia entre emoción y palabra, ayudando al niño a integrar su mundo interno. Esta integración es la base del equilibrio emocional y del aprendizaje.
Acompañar desde la empatía: educar sin etiquetas
Cuando etiquetamos a un niño (“eres un pesado”, “eres un celoso”, “siempre haces lo mismo”), estamos interpretando su conducta desde nuestro filtro adulto, y no desde su vivencia.
Las etiquetas limitan y distorsionan la identidad. El niño deja de preguntarse “qué me pasa” para empezar a creer “soy así”.
Acompañar desde la empatía significa ver más allá del comportamiento. Significa comprender que un niño que “se porta mal” en realidad se siente mal.
Desde la psicomotricidad terapéutica, trabajamos precisamente en ese punto: ofrecer al niño un espacio donde pueda expresar su malestar sin miedo a ser juzgado.
Cuando se siente comprendido, el cuerpo se calma y la emoción se ordena. Lo que antes era impulsividad se transforma en comunicación; lo que era conducta se convierte en palabra.
El papel del adulto consciente
Nombrar lo que sienten los niños exige que los adultos aprendamos también a nombrar lo que sentimos nosotros.
Si no somos capaces de identificar nuestras propias emociones —el cansancio, la frustración, la rabia—, es fácil que las proyectemos en ellos.
Un adulto que no puede sostener su enfado tenderá a reaccionar con gritos o castigos, en lugar de acompañar desde la calma.
Por eso, educar desde la conciencia emocional implica primero mirarse hacia dentro.
Podemos decir:
“Ahora estoy muy cansada y necesito unos minutos.”
“Estoy enfadada, pero no contigo.”
Estas frases no solo regulan la situación, sino que enseñan al niño que sentir es humano y se puede gestionar.
Psicomotricidad terapéutica: un espacio para nombrar y transformar
En el contexto de la psicomotricidad terapéutica, el nombrar tiene una función esencial.
Durante la sesión, el niño se expresa libremente con su cuerpo. El terapeuta observa, acompaña y traduce:
“Hoy parece que necesitas correr mucho.”
“He visto que querías estar más cerca.”
Esa traducción empática devuelve al niño su vivencia emocional con sentido. Lo que antes era confusión se convierte en comprensión.
Poco a poco, el niño aprende que puede decir lo que siente, que su emoción no es peligrosa y que puede confiar en la relación. Este proceso refuerza la autoestima, la seguridad y el vínculo emocional.
Romper cadenas: criar sin repetir patrones
Muchos adultos crecimos en contextos donde las emociones se reprimían o se castigaban.
Cuando hoy gritamos o juzgamos a nuestros hijos, a menudo estamos repitiendo patrones aprendidos. Pero la buena noticia es que podemos romper esa cadena.
Nombrar lo que sentimos, pedir perdón o reconocer un error no nos debilita como padres, sino que nos humaniza.
Un simple:
“Perdona, te he gritado. Me he sentido frustrada y no he sabido hacerlo mejor.”
puede tener un efecto reparador enorme.
El niño entiende que el amor no desaparece cuando hay conflicto, y que los errores pueden repararse desde el vínculo.
Del control a la conexión
Cuando dejamos de querer controlar la conducta y empezamos a comprender la emoción, el clima familiar cambia.
Los niños necesitan ser vistos más que ser corregidos. Y los adultos necesitamos aprender a mirar con menos juicio y más presencia.
Cada vez que nombramos una emoción con respeto, estamos sembrando educación emocional y acompañamiento consciente.
Cada vez que callamos o etiquetamos, reforzamos la desconexión.
Nombrar lo que sienten los niños es abrir un canal de comunicación honesto.
Y en ese canal, ambos —adulto y niño— crecen juntos.
En conclusión: nombrar es mirar, comprender y acompañar
Nombrar lo que sienten los niños no es solo una técnica de comunicación; es una forma de estar con ellos.
Es reconocer que cada emoción tiene una razón y que todo comportamiento encierra una historia.
En Creix amb Traça, trabajamos para ofrecer espacios donde cuerpo, emoción y vínculo se encuentren.
Desde la psicomotricidad infantil en Barcelona (Sarrià–Sant Gervasi), acompañamos a niños y familias en el proceso de dar sentido a lo que viven.
Porque cuando el adulto es capaz de nombrar con amor, el niño aprende a mirarse con respeto y confianza.
Y ahí, empieza el verdadero crecimiento.

